El CAB abre un nuevo ciclo expositivo con las instalaciones de Cristina Ataíde y Ricardo González y una muestra de videoarte
El Centro de Arte Caja de Burgos CAB inaugura hoy sus tres nuevas propuestas artísticas, con las instalaciones de Cristina Ataíde y Ricardo González y una relectura del videoarte a partir de la colección conservada en el CAB. Las exposiciones permanecerán abiertas hasta el próximo 26 de mayo.
Cristina Ataíde: Lugares sin nombre. Todo cuanto existe es susceptible de ser transformado en obra para Cristina Ataíde (Viseu, Portugal, 1951). En correspondencia con una concepción según la cual cosas, cuerpos, interioridad, lo que se ve y lo invisible, lo que se siente y lo que se piensa; en suma, el mundo en su totalidad, forma parte de un “continuum” en movimiento, Ataíde teje en sus instalaciones una constelación de conexiones que permite deslizar el sentido conocido de las cosas hacia imprevistos significados.
Habituales son en su trabajo materiales de la naturaleza como el agua, el polvo, la ceniza, la suciedad de los ríos, los limos, el cuerpo… sustancias inmateriales como el vacío, la memoria, el lenguaje, la identidad, el tiempo, la vigilancia… lugares como las montañas, los ríos, los faros…
Para el proyecto desarrollado para el CAB, la artista portuguesa ha creado dos paisajes aéreos, suspendidos y monumentales que ocupan casi en totalidad el espacio.
Construidos in situ, transforman el espacio expositivo en un lugar entre fascinante y misterioso. Mitad pintura, mitad escultura, mitad experiencia y azar, seducen por su belleza y fragilidad, por su contundencia física y a la vez por su evidencia liviana.
Reconocida también por sus grandes esculturas públicas, Ataíde maneja los materiales pétreos con una solvencia asombrosa. Bloques de mármol tallados con precisión y dispuestos de un modo que contradice la pesadez manifiesta del material, forzado a ser contemplado como un sillar imposible y ligero.
Así sucede con la gran escultura, creada especialmente para esta exposición, una blanca y marmórea cadena montañosa tan exquisita en su talla como inquietante y conmovedora.
Cristina Ataíde ve en la montaña algo que trasciende desde el espacio físico al simbólico, conservándolo como un misterio en sí mismo.
De ahí nace su necesidad de recorrerla, de comprender su naturaleza física y cuanto le ha acontecido. El recorrer de Ataíde por la montaña le proporciona tanto la materia como el impulso para su laborioso ejercicio artístico.
A esta práctica (física y metafórica) se suma el de la constante necesidad de registrar mentalmente y corporalmente el espacio recorrido. Ataíde transforma estas superficies en algo palpable, táctil; en instalaciones donde conjuga el dibujo, la escultura y la escritura.
Sobre Cristina Ataíde
Nació en Viseu en 1951. Vive y trabaja en Lisboa. Es Licenciada en Escultura y tiene un Máster en Escultura y Nuevos Medios, por la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad de Lisboa, donde también asistió al curso de Estudios de Diseño. Jefa del departamento de Escultura y Diseño en MadeIn, empresa portuguesa de producción de mármol entre 1987 y 1996, trabajando allí con artistas como Anish Kapoor, Michelangelo Pistolleto, Keit Sonnier, Matt Mullican, etc.
Fue profesora invitada en la Universidad Lusofona de Lisboa entre 1997 y 2012. Su obra, la mayor parte del tiempo realizada durante los viajes de la artista, transita entre la escultura y el dibujo, pasando por la fotografía y el vídeo.
La preocupación por la naturaleza es una de las inquietudes más constantes en su obra. Recorriendo diferentes paisajes y alrededor del mundo, tratando de entender sus interrogantes.
La denuncia de los crímenes ecológicos, la preservación de la naturaleza, rondan siempre sus preocupaciones personales y artísticas. Ha desarrollado la práctica de la instalación, acentuando la investigación de carácter social, antropológico e intervencionista.
Su obra se encuentra representada en el Centro de Arte Moderno – Fundação Calouste Gulbenkian, Lisboa; Coleção da Caixa Geral de Depósitos, Lisboa; Fundação P.L.M.J., Lisboa; Banco Espírito Santo, BES; Coleção Casa da Cerca – Centro de Arte Contemporânea, Almada; Coleção Unión Fenosa, La Coruña, España y Hotel Açores Lisboa, Grupo Bensaude, Lisboa; Coleção António Cachola, Elvas.
Ricardo González: Una lluvia negra. “Una lluvia negra que cae sobre los cultivos”. Con esta indisimulada excitación un periódico de la época anunciaba que la torre de perforación situada entre Valdeajos y Sargentes de la Lora (Burgos) había comenzado a extraer petróleo.
El 6 de junio de 1964 la noticia paralizó España. Las políticas desarrollistas auspiciadas por el régimen se verían refrendadas con la independencia energética.
La autarquía quedaba atrás y el combustible que pondría en marcha la maquinaria procedía, al fin, de nuestro propio suelo. Los medios de comunicación siguieron al pie de la letra las consignas dictadas por el ministerio de industria.
Primero de euforia y de convencimiento en un futuro próspero; después de cautela para acabar, simplemente, por desaparecer de los periódicos y noticieros.
Sesenta años después la exposición de Ricardo González (Neila, Burgos, 1957) nos invita a reflexionar sobre aquel suceso. Como es habitual en el trabajo del fotógrafo, su investigación “propone lecturas del pasado a través de las huellas y vestigios de los acontecimientos presentes”, según él mismo relata.
El proyecto desarrollado en el CAB parte del documento textual –procedente de los medios de comunicación– como agente revelador de estrategias de exhortación colectiva.
La construcción de un relato, amparado en la épica de la supervivencia económica y convertido en una suerte de epopeya moderna por la maquinaria propagandística de la dictadura, es desafiado por la imagen desapasionada recogida por González. Fotografías en las que se huye deliberadamente de todo efectismo, de todo intento de embellecimiento.
No hay magnificación ni monumentalismo. Por el contrario, la fotografía de González prefiere un objetivismo distante.
Sus tomas optan por una impecable composición y una respuesta práctica irreprochable, sin que las soluciones técnicas acaben por imponerse a lo que de verdad importa: “la fotografía como medio, no como fin”, en palabras del propio autor.
Si en las fotografías de González del proyecto Una lluvia negra puede identificarse un rasgo prevalente, este es la importancia que cobra el territorio.
El paisaje y su conversión en un espacio intervenido que ha terminado por ser asimilado; la transformación del entorno, reivindicado idealmente, y que ha dado lugar a una identidad iconológica sobrepuesta, han sido captados con la disciplina que exige la austeridad formal que el autor persigue.
No es la fotografía de González la que elabora la imagen simbólica, sino quien la detecta y la ofrece para su público debate.
Sobre Ricardo González
Licenciado en Historia del Arte y profesional de la fotografía, su desempeño preferente se ha desarrollado en el ámbito de la arquitectura, colaborando con numerosos estudios en la difusión de sus trabajos.
Desde 1980 expone su quehacer más personal, acompañado de publicaciones de referencia como La grieta (2011), Valladolid-Ariza (2022) y Oro Negro (Galería Javier Silva, Valladolid, 2023), antecedente inmediato de la exposición desarrollada en el CAB.
Una de las facetas más sobresalientes de Ricardo González es la de historiador de la fotografía. Sobre este particular es autor de Los Zubiaurre. Memoria gráfica; El asombro en la mirada. 100 años de fotografía en Castilla y León; Burgos en la fotografía del siglo XIX, Segovia en la fotografía del siglo XIX; Luces de un siglo. Fotografía en Valladolid en el siglo XIX.
Ha dedicado artículos de investigación a autores como Charles Clifford y la fotografía de obras públicas, a Luis Ramón Marín o a José Regueira, entre otros.
La conciencia brillante. Cristal líquido y pantallas expandidas. La propuesta de relectura que se propone, a partir de la rica colección de videoarte conservada en el CAB, cuenta con artistas como Marisa González (pionera del arte electrónico y galardonada con el Premio Velázquez de 2023), Eva Koch (representante en dos ocasiones de su país, Dinamarca, en la Bienal de Venecia), el músico y escritor Pierre Elie Mamou, el chileno Iván Navarro, el donostiarra Sergio Prego o el tempranamente desaparecido pintor digital estadounidense Jeremy Blake; sin olvidar a autores tan cercanos al CAB como Fernando Renes, Carmen Cámara, José Luis Pinto o Serzo, cuya primera obra en vídeo –Archimétrica– fue presentada en nuestro centro y, desde entonces, no ha dejado de recoger numerosos reconocimientos en festivales de todo el mundo.
Las tres secciones en las que se organiza la gigantesca instalación videoartística creada en el CAB conformarán una suerte de panal con diferentes celdas en las que se acogerán, de manera diferenciada, siete proyecciones simultáneas.
El conjunto recreará una ámbito dinámico, versátil y cambiante en el que los contrastes entre las distintas proyecciones y sus diversas formalizaciones convierten al propio espacio de proyección en un activo más del proyecto.
Así, Lo que vemos, lo que nos mira se ocupará de la experiencia artística en torno a la propia imagen, a sus usos, a sus transformaciones y a las relaciones entre el vídeo y la experimentación plástica.
Una ética de la mirada irrumpe en la cualidad del videoarte para incorporar la narrativa de acontecimientos, el relato de sucesos y acciones y su conversión en documento.
En ocasiones con una estética fría y distanciada, de análisis y cálculo, en otras implicada y vehemente; unas veces más cerca del testigo anónimo y otras de la elección consciente del relato.
El tercer gran compendio de este programa se agrupa bajo el título Imagen y cuerpo. Cuerpo y signo. La interpelación en torno al cuerpo físico y en cómo se establecen (y asumen) códigos que podemos validar como lingüísticos conforma una de las variables más fructíferas del arte del video.
Finalmente, en el emblemático “cubo” del nivel -1 del CAB, la obra de Paco Algaba cierra este panorama alrededor de la producción videográfica.
Planteado como un imperfecto díptico en el que la línea de horizonte de la imagen hace dudar al espectador sobre la estabilidad de la pieza, el trabajo de Algaba nos introduce en el ámbito de la memoria, de la simultaneidad y del desbordamiento de la pantalla.